La Bombonera volvió a rugir con el “que se vayan todos” y los cánticos contra el presidente Riquelme
Esta vez, a Boca no lo salvaron los penales victoriosos que en la instancia previa supieron bajar la llama de las tribunas. Seguía encendida y cualquier paso en falso la haría volver amenazante. El equipo del interino Mariano Herrón lo sufrió en carne propia. Volvió a decepcionar a su gente. La caída por 1-0 y eliminación ante Independiente, quedando a las puertas de la semifinal del torneo Apertura (lejos, muy lejos del trofeo), volvió a encender el fuego: nuevos (y más fuertes) insultos hacia la directiva que comanda Juan Román Riquelme e imágenes de hinchas frustrados, insultando y (algunos) hasta llorando.
La parcialidad siempre se predispone a armar una fiesta, sea el contexto que fuere. De todas maneras, en estos tiempos las orejas tienen que estar bien paradas. Por supuesto que estaban muy frescos los insultos de nueve días atrás, cuando gran parte de la parcialidad se cansó al ver que Boca debía acceder a los penales para poder ganarle a Lanús y le apuntó a la dirigencia, en un claro mensaje indirecto (pero directo) a Riquelme. Aquellos “¡La comisión, se va a la p…, que lo parió!” y “¡Que se vayan todos!”, incluso, dividió a los hinchas. En lo que sí parecen ir por la misma vereda es en determinados silbidos a los futbolistas.
El desarrollo de un clásico pesado, en el que también el conjunto xeneize se jugaba avanzar a semifinales y mantener el peso de la localía, iría marcando el pulso, otra vez. Desde el comienzo, por supuesto, con el altoparlante anunciando cada nombre y, por ejemplo, exponiendo varios silbidos cuando se anunció a Tomás Belmonte (no estruendosos ni unánimes como cuando se retiró del campo ante su ex club). Tampoco existieron grandes aplausos, con la clara excepción sobre el joven Milton Delgado, el más aplaudido sin llegar a la fácil ovación que puede ganarse hoy el más querido. Ahora bien, con la pelota aún sin rodar o, incluso, ya rodando, predominó un recibimiento siempre a la medida del tamaño de la institución y un aliento que durante el primer tiempo se mantuvo latente y ruidoso.
Sí, la igualdad sin goles que ninguno de los dos mereció romper durante la primera mitad aportó para que ese clima no se fracturara. Tan cierto eso como que también le iba agregando la pizca de tensión que la Bombonera está (mal)acostumbrándose a sentir en cada fin de semana. Casi que se va colmando, asimismo, con la sensación segura de que lo brindado por los futbolistas lo terminará llevando a ese estado. Por eso, promediando la primera parte y hasta casi el final del mismo sonó –de menor a mayor- un único pedido: “¡Hay que poner un poco más de huevo!”.
El ida y vuelta, junto a los espacios que quedaban para el retroceso, alteraban los nervios. Especialmente, por cómo Boca no asumió la tranquilidad para resolver esa “ventaja” de los achiques mal realizados por el “Rojo”. Porque en lo defensivo los corazones se detenían a la hora de los centros al área azul y oro: nadie lograba despejar de inmediato y la pelota suelta a pasos del arco era una invitación a la histeria procesada por dentro. Por tanto, silencio e inmutación. Y suspiro cuando el avance no terminaba en situación. La conclusión: Boca lleva a subir y bajar permanentemente el electrocardiograma de los 90 minutos.
A los 12 minutos se evidenciaría la esperanza. Los fuertes aplausos, que a la vez significaban un contraste claro con los nuevos pequeños silbidos para Belmonte al ser reemplazado por Ander Herrera, le dieron la bienvenida a Edinson Cavani (tras 25 días) en reemplazo de un Milton Giménez apenas aceptado.
Sin embargo, seis minutos después se haría presente por primera vez en la noche el descontento: Álvaro Angulo se metió en el área y rompió la resistencia de Agustín Marchesín. A los gestos de indignación y bronca en las tribunas, se transmitió el primer mensaje sutil: “¡Movete, Xeneize, movete, movete y dejá de joder…!”. Sensaciones que se extenderían cuando a los 24 minutos salió reemplazado Kevin Zenón: el volante, que ha sabido siempre ser reconocido más allá de los altibajos por los que viene pasando, fue silbado notoriamente, una reprobación mucho más grande que la recibida por Belmonte.
Algo que experimentaría también Carlos Palacios, que en el primer tiempo se perdió un gol increíble, prácticamente debajo del arco, pero –sobre todo- tuvo una flojísima labor en el encuentro, con múltiples errores que causaron ataques para Independiente. Una silbatina muy fuerte, pero corta, quizás, porque casi a la par salió un Delgado nuevamente aprobado en su rendimiento. El chiquito, el más grande. Sin embargo, en ese momento, no hubo lugar siquiera para los aplausos. El público se va quedando sin fuerzas como para reconocer a alguien, aunque lo merezca.
Todo ese clima fue frenando a Boca. Obvio, las tribunas no llevan al equipo a ese rendimiento colectivo e individual, apenas son las consecuencias de lo que exhiben hacia ellos. Debió convivir con el murmullo, los sonidos que describen desesperación. Entonces, todo fue forzado. Al empuje. Faltando cinco minutos, la Bombonera quedó tensa, en silencio. Nadie cantó, apenas la barra brava. Hasta el final. El pitazo final de la derrota. De la descarga.
Silbidos generalizados, para arrancar. Luego, el inmediato regreso del que parece ser el primordial grito: “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”. Enseguida, volvieron a apuntar al que está por encima de todos, sin nombrarlo: “¡La comisión se va a la p… que lo parió!”. En la despedida, nuevos silbidos para todos, mientras Riquelme seguía tomando sus mates en su palco.
Boca no sale de su estado crítico. La obligación, al menos para aliviar algún ánimo desencajado, era quedarse con un título local que no gana desde 2022, pero desde las decisiones en las oficinas de Ezeiza y dentro de la cancha siguen fallándole a los hinchas. Y, tras este golpazo, no se vislumbra una reconciliación fácil.



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